Últimamente he descubierto muchas cosas. Una de ellas es que no me gusta nada un sistema que fomenta el individualismo y que basa toda escala de éxitos o fracasos en la fama o el dinero. Sobre todo en el dinero. El chico con mejor nota en la prueba de acceso a la universidad quiere ser filólogo de clásicas porque le hace feliz. Poco después de salir en los medios, recibió tantos insultos que tuvo que cerrar sus redes sociales. ¿Cómo se atrevía a desperdiciar su talento en algo que le hiciera feliz y no rico?
¡Elegir en base a la felicidad! ¡Qué osado! Hablaré en otro momento del descrédito progresivo que han sufrido las humanidades y las artes, y que está llegando a límites obscenos, entre otras cosas porque siento que eso favorece a alguien; esas cosas no se dan de manera fortuita. Pero sí me centraré en el tema del dinero y de las críticas que recibió este chaval por tener tan claro que para él era algo secundario si podía ser feliz. Leí muchos comentarios al respecto, entre ellos muchos que lo acusaban de parasitar a sus padres por no hacer una ingeniería. De hecho, se daba como cierto que el chico no encontraría trabajo o que cobraría poco. Esto último ya era carta blanca para el insulto, cuando es inteligente saber que no es más rico el que más gana, sino el que menos necesita.
Probablemente acabe dando clase, que es lo que le gusta, y quizá no ganando tanto como merezca, pero siendo razonablemente feliz por haber logrado sus objetivos. Que esto le parezca mal a la gente me resulta demencial. Del descrédito que ha sufrido la docencia mejor hablamos también otro día.
Desde que empecé en esto de la literatura, he dado charlas en institutos. Antes, lo que se me preguntaba era cómo se hacía uno escritor, qué obstáculos encontraba, qué era lo que más me gustaba de lo que había escrito, qué libros leía de pequeña o si consideraba que las lecturas que mandaban en clase eran las adecuadas. De unos años a esta parte, siempre hay quien me pregunta por la fama y por el dinero, y es lo que más curiosidad suscita. Algunas veces son los mismos profesores los que animan a los alumnos a preguntar eso. Siento decepcionarles cuando les digo que vivo de esto porque no necesito mucho, y que si quieren ser famosos que, por Tutatis, no se dediquen a la literatura. Que no soy famosa, pero es que además serlo me resultaría un sacrificio y no un objetivo. Cuando me preguntan cuánto gano me siento como en esas pesadillas en las que me quedaba en bragas en clase y me cuestiono qué ha pasado para que preguntar eso se considere normal. Veo en sus caras que piensan que soy imbécil cuando les digo que no me he hecho rica, porque de alguna manera se ha equiparado el dinero a la inteligencia, cuando jamás han tenido mucho que ver.