Una, siempre que puede, sugiere a la gente que haga caso a dos sabios nunca suficientemente ponderados: Oscar Wilde y Dolly Parton. Más o menos vinieron a decir lo mismo, en diferente siglo y con distintas palabras. Si bien el inglés hablaba de la obviedad de elegir ser uno mismo porque todos los demás papeles están ya cogidos, la cantante aconsejaba algo muchísimo más complicado: descubrir lo que uno es y llevarlo hasta el final.
Me parece que una de las tareas más complejas que podemos tener en esta vida es conocernos a nosotros mismos, con nuestras virtudes y nuestros vicios más profundos, y estar en paz con ello para tratar de mejorar. Por lo general, la tentación de ser como los demás esperan de nosotros es muy fuerte, sobre todo cuando esperamos pertenecer a un grupo que nos parece el grupo al que hay que pertenecer. Tengo, además, la sensación de que la red social propiciada por internet exacerba esta tendencia, y que lo que nos encontramos en ella es a menudo a un montón de gente que defiende cosas que no le importan por impresionar a grupos de personas que no conocen. Es maquillaje, algo superficial que nunca solucionará la frustración real de no ser lo que se pretende o no pensar lo que se cree que se debe pensar. Es decir: es bastante probable que el objetivo sea convertirse en alguien con unos grandes valores, pero si no se tienen de verdad, decir que se tienen no sirve de nada. Aceptar el vicio de no tenerlos es el primer paso para cambiar la pieza que no funciona o de, al menos —y esto a veces lleva una vida entera—, descubrir cuál es esa pieza que no funciona.
También es tentador, una vez se encuentra «aquello que se debe ser» usarlo como arma arrojadiza contra aquellos que fallan al demostrar una coherencia con el grupo. Expulsar de los elegidos, al que tanto ha costado llegar, satisface frustraciones que probablemente sean muy humanas, no lo niego, pero que siempre me recuerdan a esa subalterna de abeja reina de los institutos de película americana que se vuelve peor que la abeja reina cuando pasa de ser objeto de burla a elegida por esta. Se comporta como una caricatura de la chica verdaderamente popular —no entremos en si lo merece o no— porque cree que es lo que debe hacer para ser tan popular como ella e incluso, en un momento dado, para descabezarla y ocupar su lugar.
Por otro lado, sospecho que la gente confunde ser uno mismo con ser desagradable o maleducado, de tal forma que esgrimen la propia personalidad como un eximente a la hora de hacer daño. Y dudo que la propia personalidad tenga eso por objetivo, porque cuando uno de verdad se conoce, sabe dónde falla. Eso es tan profundo que no se saca como una bandera a la menor ocasión, porque se empatiza con los fallos ajenos.