Tocaron las campanas llamando al toque de oración de la misa de las ocho de la tarde; tocaron, y pensé, es hora del toque de ánimas. En ese instante se prendían las hogueras, y mientras caminaba por la calle no pude evitar pensar quien sería llamado a elevarse por el aire y el fuego de la noche para ser luminaria de lo eterno. Más allá de la tierra la luna se asomaba a través de jirones de nubes blanquecinas y lejos, muy a lo lejos, en la orilla de la negrura de los cielos, había nubes insondables ataviadas de mantos negros. Detrás del frío del invierno, esa noche, no vi las brillantes lágrimas de las estrellas iluminando la desnudez del cielo con sus diamantes tintineos.
Hoy, la calle, al amanecer aparecía suavemente mojada como si sobre ella se hubieran vertido lágrimas. Ha sido la noticia del día al salir de la iglesia después de despedir a un anciano amigo en su última misa. En la fachada del edificio de la policía local se arremolinaba la gente leyendo la tablilla. La tablilla es donde se escribe el nombre del vecino tomellosero que nos deja, edad, domicilio, el tanatorio donde reposan sus restos mortales y la hora del funeral… El asombro dejaba en los labios silencio y muy despacio la gente se alejaba con la incredulidad en su mirada. El ¿cómo ha sucedido? se quedaba en suspenso por la ignorancia de los hechos.
El cielo vestía plomizo y el nombre de José María Arcos salpicaba de ausencia la plaza al saber la noticia de su muerte. Se ha marchado un hombre que declamaba con vehemencia la prosa y el verso con ademan y gesto de excelente actor. Ejercitado en la política y en el teatro su nombre es conocido en su pueblo y en otros muchos lugares por su actividad pública. No creo que nadie premeditadamente pueda asumir la muerte porque aunque sabemos que la vida es finita, amamos a la vida en todas sus facetas.
Nos ha dicho adiós en medio de la noche plagada de luces ancestrales y se aleja envuelto en la luz que Prometo arrebató a los dioses. En las horas bajas de la despedida no se pueda avistar el gran misterio de la muerte, la soledad que deja junto al llanto certero que nubla la mirada, ni se puede evitar sentir el frío hielo que nos deja la impotencia de perder una vida y despedir a los que amamos porque nunca ese momento es el apropiado. Decir adiós es la sinrazón de los humanos, por eso siempre pedimos por los que nos dejan y recordamos lo bueno que nos dejaron. De esa bonanza que el tiempo va poniendo como bálsamo en la herida de la despedida queda el recuerdo y sin dudarlo que la voz profunda y bien modulada de José María Arcos prevalecerá en la memoria, porque la voz es la música que divulga los resortes del alma.
El silencio nunca es eterno cuando en las gotas de la lluvia naufraga el corazón y en su estela de espuma se recuerda a quien nos dejó. Dios te acompañe en tu viaje, José María Arcos, y estoy segura que si te lo permite recitarás en los recovecos del cielo.
Natividad Cepeda