Como presidenta de Castilla-La Mancha, quiero condenar de forma tajante la violencia contra la mujer. Desde los poderes públicos, tenemos el deber de trabajar en la lucha contra este hecho y en la concienciación social para lograr su completa erradicación.
Para esta labor, tengo que señalar que, desde el Gobierno regional, estamos trabajando de forma intensa para acabar con la violencia de género de forma transversal con numerosas instituciones públicas, privadas y con el tejido social de nuestra tierra, para caminar juntos en la misma dirección en pro de este objetivo tan necesario.
La concienciación de la sociedad para luchar contra la violencia machista debe tejerse desde todos los ámbitos de la vida. Por ello, la formación en este campo desde la Educación es fundamental para la población infantil y adolescente, porque son los más jóvenes los que mañana tendrán la responsabilidad de diseñar un mundo justo y equitativo; un mundo en el que no existan los grandes problemas que todavía tenemos, como lo es la violencia contra la mujer.
Pero no sólo se debe trabajar desde el terreno educativo y el de las administraciones públicas para conseguir este objetivo. El ámbito social y el laboral representan dos esferas de nuestras vidas en las que todos tenemos la responsabilidad de velar y difundir la defensa de los Derechos Humanos y, al hilo de esta efeméride, una oportunidad para acabar con la violencia contra las mujeres.
Trabajando en todas estas esferas de nuestra vida, lograremos que nadie atente contra los derechos de la Humanidad, bien sea por la intolerancia a un colectivo de la sociedad o por tener un sentimiento de superioridad sobre una parte de la población.
Decía Mahatma Gandhi que la violencia es el miedo a los ideales de los demás, pero nuestro deber es encarrilarnos en un mundo donde no exista el odio ni el temor que renace de la ignorancia de quienes no son capaces de tolerar la condición humana de cada persona ni los principios que rigen la vida de cada individuo.
El respeto hacia las personas debe ser la bandera que se enclave en el interior de nuestra sociedad, porque es el principio más básico para garantizar el respeto que todos merecemos y asegurar la libertad individual de cada persona.