El 12 de octubre de 1936 se celebró en la Universidad de Salamanca el día de la raza. En el transcurso del acto varios oradores hablaron de la barbarie roja y dieron vivas a la muerte en honor del general Millán Astray, presente en el evento. Entonces, ante el asombro del auditorio, el rector Miguel de Unamuno pidió la palabra, reprendió a los vociferantes y pronunció un brillante y emocionado discurso sobre la España mutilada. Fue cuando Millán Astray gritó ¡Muera la intelectualidad traidora! ¡Viva la muerte! A lo que Unamuno le contestó: “¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, pero no convenceréis, porque convencer significa persuadir, y para persuadir necesitáis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España. He dicho”.
Rememoro este celebre episodio de la historia de España para señalar que, aunque parezca sorprendente, aquel bárbaro general franquista cuenta en la actualidad con monumentos y calles dedicadas en muchos pueblos y ciudades de España. Y ello a pesar de que el artículo 15. 1 de la Ley 52/2007, de 26 de diciembre, por la que se reconocen y amplían derechos y se establecen medidas en favor de quienes padecieron persecución o violencia durante la guerra civil y la dictadura (más conocida como Ley de la Memoria Histórica), establece que “Las Administraciones públicas, en el ejercicio de sus competencias, tomarán las medidas oportunas para la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o menciones conmemorativas de exaltación, personal o colectiva, de la sublevación militar, de la Guerra Civil y de la represión de la Dictadura”.
El Partido Popular, heredero del movimiento político que sustentó el franquismo -régimen que, por cierto, nunca ha condenado- deforma continuamente la historia para adaptarla a sus propios fines e intereses, que no son otros que los de ocultar los crímenes de la dictadura, negándose a cambiar los nombres de las calles y los símbolos franquistas de las ciudades en las que gobierna. El ejemplo más significativo es el del primer edil de Valladolid, León de la Riva, a quien el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León ha condenado recientemente, mediante Sentencia de 20 de enero de 2014, a cumplir el mandato del citado artículo 15.1 de la Ley de la Memoria Histórica.
El Partido Popular de Alcázar va más allá y, el domingo 22 de marzo, ha homenajeado al último alcalde de la dictadura, perpetrando así un acto de ignominia para las víctimas y represaliados de aquél régimen fascista y un atentado moral contra la cultura y la inteligencia, pues no sólo se va a ensalzar al más insigne representante del franquismo en nuestro municipio durante el período 1963 a 1979, sino que se va a denigrar al pintor más importante del siglo XX, Pablo Ruiz Picasso, genio de las artes y militante comunista.
El presidente local del PP ha justificado el cambio de denominación del parque Picasso por el de Eugenio Molina Muñoz porque, en su opinión, este alcalde “predemocrático” tuvo un papel muy importante en el desarrollo económico de Alcázar, ocultando así que fue Jefe Local del Movimiento y, por tanto, colaborador necesario en la represión política ejercida entonces en esta ciudad contra los disidentes del régimen franquista. Con este modo eufemístico de contar la historia, utilizando palabras distintas a las pronunciadas entonces por Millán Astray pero con el mismo objetivo, Diego Ortega ha insultado y ofendido a los ciudadanos demócratas de este pueblo con otro grito de “muera la intelectualidad traidora” y “viva la muerte”.