Nuestro interés por esta institución se acrecentó al no encontrar referencia alguna en las distintas publicaciones sobre la historia religiosa local. La causa de su desconocimiento puede deberse, en parte, a lo contenido en el capítulo XIV de sus Constituciones al señalar explícitamente que excusen de referir a los que no son de la Escuela los ejercicios y cosas particulares de ella. A este secretismo se une el que las fuentes documentales, posiblemente conservadas en la Parroquia de Santa Quiteria, han desaparecido junto a su archivo. En este artículo pretendemos constatar su existencia y dar a conocer, con lo investigado hasta ahora, esta forma de espiritualidad de seglares y clérigos alcazareños surgida en el siglo XVIII.
El origen de las Escuelas de Cristo en España se produjo a mediados del siglo XVII momento a partir del cual se percibe el declive del fervor religioso nacido del espíritu del Concilio de Trento. Respondiendo a este proceso las instituciones religiosas como cofradías y hermandades ganan en ceremonias externas cada vez más ostentosas y superficiales en detrimento del valor de lo espiritual. Ante esta decadencia muchos fieles buscan otras organizaciones que utilizando un ceremonial intimista y ascético logren la salvación de sus miembros y sean ejemplo de vida cristiana en su entorno familiar y social.
La primera Escuela de Cristo fue creada en Madrid por el clérigo italiano Giovanni Baptista Ferruza, procedente del Oratorio de San Felipe Neri de Mesina, el 26 de febrero de 1653, siendo presbítero administrador del Hospital de los Italianos de la Corte. Su organización y objetivos están recogidos en las Constituciones que fueron aprobadas el 17 de marzo de 1656 por el Cardenal Arzobispo de Toledo, D. Baltasar de Moscoso y Sandoval. Pocos años después los Pontífices Alejandro VII (1665) y Clemente IX (1669) aprobaron la Congregación y Constituciones, concediéndola indulgencias y gracias perpetuas y temporales. Desde esta fundación su expansión por España y las colonias americanas contó con la mediación de obispos y cardenales logrando establecer mas de cuatrocientas veinte Escuelas a finales del siglo XVIII.
Como su nombre indica esta singular institución religiosa reconoce como único maestro a Cristo y por lo tanto su principal orientación es la enseñanza y la práctica de su doctrina. Los miembros de la misma, discípulos o hermanos, son exclusivamente varones, al menos de 24 años de edad de vida y costumbres arregladas, con independencia de su posición social o económica. Para un mejor aprovechamiento y conocimiento mutuo no podrán superar el de setenta y dos, 24 serán clérigos y 48 seglares. El número es fiel reflejo del mensaje del Evangelio cuando Cristo envía a predicar a sus discípulos por el mundo: Designó el Señor también a otros 72 y los envió delante de sí, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde Él había de ir (Lucas 10, 1). Aunque la cifra total no varió, con el paso del tiempo, si que lo hizo su distribución a tenor de las circunstancias.
Sus fines son el aprovechamiento espiritual y aspirar en todo al cumplimiento de la voluntad de Dios, de sus preceptos y consejos caminando a la perfeccion cada uno, según su estado y las obligaciones dèl, con enmienda de la vida, penitencia y contrición de los pecados, mortificación de los sentidos, pureza de conciencia, oracion, frecuencia de los Sacramentos, obras de caridad, y otros ejercicios santos.
El gobierno de la Escuela lo ostentaba un presidente que recibía el nombre de Obediencia, un sacerdote que enseñaba y ejercitaba esta virtud dirigiendo la celebración de los actos religiosos. Se acompañaba con el parecer y consejo de dos diputados eclesiásticos y dos seglares. Dos coadjutores cuidaban del aseo del Oratorio y de mantener cerradas las puertas de la Iglesia durante la celebración de los ejercicios semanales.
Por último, un secretario elaboraba las actas y controlaba la recepción de nuevos hermanos así como su asistencia a los ejercicios en el libro de acuerdos y asientos. Los cargos se servían por espacio de cuatro meses a cuyo término se elegían los sustitutos o bien se reeligían a los mismos. Los asuntos importantes y graves de la Escuela recaían en una Junta de Ancianos, constituida además del Obediencia, el secretario y los diputados por los miembros con mayor antigüedad. La elección de los cargos y la admisión de los hermanos se realizaban mediante voto secreto por la Junta de Escuela plena.
La Escuela de Cristo de Alcázar se fundó el 11 de mayo de 1715 bajo el patrocinio de D. Francisco Valero y Losa, arzobispo de Toledo, quien encargó la formación de la Congregación al Vicario y Visitador Diocesano que residía en Alcázar, D. Francisco Ignacio Ruiz Pazuengos, convirtiéndose en el primer Obediencia de la recién creada Congregación. Esta se hermanó con otras escuelas de España y de las Indias, como Madrid, Palma de Mallorca, Valencia y Puebla de los Ángeles. A principios del siglo XIX el hermanamiento llegaba a las ciento veintidós.
Siguiendo lo que marcaban sus constituciones, a toque de campana se reunían los congregantes al anochecer de todos los jueves (excepto en Semana Santa que se hacía el martes) en el Oratorio del Cristo de la Humildad que posiblemente se encontraba en la capilla situada en la cabecera de la Iglesia de Santa Quiteria entre la capilla mayor y la sacristía. Una vez cerradas las puertas de la iglesia, y sin admitir a ninguna persona ajena a la Hermandad, comenzaban a la luz de las velas sus ejercicios. Después del acto de recogimiento delante del Santísimo Sacramento entraban en el Oratorio sin armas, capa y sombrero en señal de humillación. Por espacio de dos horas y divididos en periodos de cuarto de hora alternaban oraciones en común, meditaciones después de las consideraciones hechas por el Obediencia, oración mental, actos de contrición de los pecados para terminar con los ejercicios de disciplina desnudos de cintura para arriba realizados en total oscuridad. El día del Corpus Cristi era el único jueves que celebraban sus ejercicios en público, suprimiendo el de disciplina, exponiendo el Sacramento con ornato y luces y repartiendo jaculatorias del dia a los fieles concurrentes.
Los pretendientes para entrar en la Escuela, una vez admitidos y antes de poder participar en los ejercicios, debían hacer confesión general de sus pecados, comulgar y se les prevenía que otorguen su testamento como para morir. En su primera entrada y en presencia del Obediencia debían hacer voto de defender el Misterio y Pureza de María Santísima. El número de hermanos en Alcázar debió ser elevado ya que en 1786 el Prior de Santa Quiteria, D. Mariano de Marcos Tirado, se queja de que la Congregación, compuesta de una multitud de gentes de todas clases, realizaba sus juntas en la Sacristía por lo que temía pudiesen extraviarse algunas alhajas de ella, llegando a proponer las ermitas de la Vera Cruz o la de San Sebastián como centro de sus actividades institucionales.
Sin embargo, los avatares de la Guerra de la Independencia hicieron disminuir su número de tal forma que en 1817 solo eran veintisiete hermanos, de los que cuatro eran eclesiásticos y diez se encontraban ausentes, entre ellos, el Obispo de Córdoba y el de Adra, auxiliar de Toledo. En un intento de fortalecer la institución la Junta de Ancianos acuerda el 17 de marzo de ese año nombrar hermano mayor al Gran Prior, D. Carlos María Isidro. Aunque el informe elaborado a tal fin afirma que no hay inconveniente, ni es contra el alto decoro de la Real Persona de SA antes bien muy conforme à sus piadosas ideas, no hay constancia de que aceptara la propuesta.
La decadencia de la Escuela de Cristo de Alcázar debió acentuarse desde esta fecha y aunque la falta de documentación nos impide conocer su fin, durante el tiempo que se mantuvo logró entre los individuos que la formaron grandes frutos espirituales y temporales.