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Los Lectores

Transición y transición

Mª Cristina Sánchez-Mateos Romero

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En él intervendrán los licenciados Eduardo García Villajos y Zorann Petrovici con sendas conferencias. Al hilo de todo ello, creo oportunas algunas reflexiones sobre la Transición española a la democracia, que comparto con ustedes.

Al principio fue, simplemente, la transición, un cambio desde un régimen no democrático a un sistema democrático, como la definen los politólogos. Después, con los años, se ha transformado en la Transición, aquel periodo al que unos y otros ponen una fecha de inicio y otra de final pero en el que está inmersa la transición. Hoy la Transición se ha personificado para ser blanco de todas las reprimendas, rapapolvos y sermones de lo mal que va todo. ¿Quién tiene la culpa de esto? La Transición. ¿Dónde comenzaron los problemas? En la Transición. Por supuesto. Sin duda.

Hace ahora un año que volvimos a recordar, por trágicas razones, a uno de los protagonistas de aquella etapa, de aquel fenómeno: Adolfo Suárez. Y se ha recordado, en gran medida, para agradecerle todo lo que hizo por el país durante sus años de Presidente del Gobierno. Para agradecerle que fuera capaz de llevar, sin sangre, al país a una democracia.

Pero, ¿con qué debemos quedarnos? ¿Fue la Transición, de verdad, un fiasco, un verdadero desastre culpable de todos nuestros males o fue, en cambio, la panacea de nuestra historia más reciente? Desde la Transición hasta hoy hemos vivido nuestra más larga etapa democrática (otra cuestión es la calidad de ésta) pero, ni por asomo, fue un fenómeno sin sombras.

Algunos todavía recordarán aquel grito de “Libertad, Amnistía, Estatuto de Autonomía” que se decía a todas horas. Libertad era la consigna más importante después de cuarenta años de férrea dictadura, dictadura hasta el final. Libertad y democracia debían ser las bases para este nuevo camino, unas bases que ya reclamaba la izquierda, mucho antes del inicio de la transición: los socialistas desde 1948 y los comunistas desde 1956 se postularon a favor de un proceso constituyente, aceptando que la jefatura del Estado pudiera caer en un monarca. Y, aún así, ambos partidos abandonaron cualquier anhelo republicano plasmado en la Platajunta o en la suma de sus partes en 1976. Ahí están los libros para comprobarlo. La libertad y la democracia llegaron, en gran medida, cuando todos los partidos se pudieron presentar a las primeras elecciones desde 1936.

El siguiente enclave importante de la transición fue la amnistía para que los presos políticos salieran de las cárceles y los exiliados pudieran volver a España. Pero la amnistía no llega, como alegato, en 1975-1976, la idea de una amnistía viene desde la propia guerra, desde Azaña. El mismo presidente se plantea una amnistía para reconciliar aquel país, enzarzado en una guerra fratricida cuyas heridas iban a ser, con toda seguridad, profundas. Y aquella idea de reconciliación también surge en el franquismo, en aquella generación que no ha vivido la guerra pero que son “hijos de vencedores y vencidos” que rechazan una memoria vertical, la de sus padres, por un relato horizontal, es decir, por buscar la manera de poner punto final a las dos Españas, por reconciliar lo que algunos clamaban irreconciliable. Y esa idea vino también por la izquierda, por el PSOE y por el PCE, que en sus propuestas llevaban la necesidad de una amnistía que pusiera fin a los horrores y crímenes que se cometen en una guerra, por ambos bandos. Ahí vuelven a estar los libros para comprobarlo.

Ahí queda plasmada en los discursos de aquel presidente, Adolfo Suárez, la necesidad de aprender del error, porque aquello sí fue un inmenso error, que supone una guerra civil, interna. Era el punto final a los crímenes y barbaries que se habían cometido desde el 18 de julio de 1936 y, repito, por ambos bandos. Otra cosa es el movimiento de la memoria, la recuperación de las fosas, que ya se estaban excavando incluso con Franco. La idea que comienza a gestarse de España es la de una España democrática, un nacionalismo constitucional basado en la defensa de los derechos humanos y las libertades.

El Estatuto de Autonomía era la forma de reconocer que la diversidad que había en España iba mucho más allá del folklore y la cultura. Se pasó de un nacionalismo regional a un regionalismo o nacionalismo regionalista. Había que reconocer lo que el franquismo se había empeñado en reprimir, ocultar e, incluso, aculturizar. Y dicho reconocimiento llegó con la Constitución aunque otra cosa son los avatares del camino andado entre 1978 y hoy.

La transición, por tanto, es un proceso del que podemos estar orgullosos en gran parte pero del que debemos tener en cuenta sus limitaciones y sombras, sus problemas y dificultades. El ruido de sables, el terrorismo, el contexto de crisis económica, etc. Pero seamos coherentes y preguntémonos si en estos cuarenta años sin Franco todos nuestros males vienen de aquella época. Preguntémonos si este camino que hemos andado desde 1978 hasta hoy no tiene que ver en nuestros problemas. Porque tiene que ver. Y mucho. Pero, insisto, ahí están los libros.

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