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La Hermandad de Jesús de Nazareno

Mª Soledad Salve Díaz- Miguel | Francisco José Atienza Santiago

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En este caso nos ocuparemos de las que tuvieron su sede en el convento e iglesia de la Santísima Trinidad y concretamente la Congregación con título de esclavitud a honra y mayor culto de la sagrada imagen de Jesús Nazareno Rescatado.

La presencia de la orden de frailes trinitarios descalzos en Alcázar de San Juan se rastrea desde principios del siglo XVII cuando, con motivo de la Cuaresma, venían a celebrar “misiones” y colaborar con los clérigos de las dos parroquias, Santa María y Santa Quiteria, quienes junto con los franciscanos se encargaban de la predicación en ese período anterior a la Semana Santa. El fin de sus pláticas era ayudar a comprender el principal misterio de la fe cristiana, la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y conmover las conciencias de los fieles para un mejor cumplimiento pascual de los sacramentos de la confesión y eucaristía.

El intento de la orden trinitaria de crear un establecimiento definitivo en la villa se produjo en la década de 1630. Ante la solicitud de licencia hecha por la orden al Gran Prior de San Juan, el ayuntamiento emite un comunicado unánime, el 15 de marzo de 1633, en el que no ve ningún inconveniente para concederla. Sin embargo, en el mes de diciembre, y con motivo de un nuevo informe pedido, esta vez, desde instancias reales, el concejo aparece dividido sobre los pros y los contras de la fundación. Después de obtener el permiso del Ordinario Eclesiástico y la promesa de una dotación de 7.500 ducados por Juan Guerrero Portanova, vecino de Alcázar, conocemos la negativa del Consejo Real cuando, el 23 de septiembre de 1640, argumenta la falta de gente, en particular de hombres y sobra de eclesiásticos así seculares como regulares, y el aprieto de los vecinos de quien sale lo que falta a los conventos pobres. Según dice Fr Alejandro de la Madre de Dios, en su Crónica de 1706, las dificultades se solventaron lográndose la apertura del primer convento el 27 de octubre de 1645, día en que se colocó el Santísimo Sacramento. Esta fundación se confirma en los Protocolos Notariales de nuestro Archivo Histórico Municipal en los que hay una carta de poder de 13 de junio de 1646, firmada por los cuatro frailes de la comunidad, para que se puedan cobrar los maravedís procedentes de una memoria perpetua que Pedro de Cetina, vecino de Cuenca, ha dejado con toda su hacienda a la orden trinitaria cedida por el padre general al convento alcazareño. Y lo mismo atestigua el codicilo de Catalina Muñoz, fechado el 3 de junio de 1646, en el que pide digan por su alma trescientas misas los frayles trinitarios descalços del convento desta villa de Alcazar.

Como sucede con otros temas de nuestra historia local, en el estudio de las cofradías, la falta de documentación directa, es decir, al no disponer de sus libros de gobierno y cuentas, nos obliga a utilizar otras fuentes, en muchos casos, dispersas en distintos archivos. La primera cofradía con sede en el convento e iglesia de la Santísima Trinidad fue la Hermandad y Compañía de Nuestra Señora de Gracia creada en 1654, a cuya advocación estuvo consagrada la iglesia.

Hasta el siglo XVIII no hemos encontrado ninguna nueva fundación en el convento trinitario. El espíritu del Concilio de Trento quedaba muy lejos y la Ilustración consideraba a las cofradías como una forma atrasada y supersticiosa de religiosidad. Sin embargo, el 7 de diciembre de 1709, la comunidad de padres trinitarios de Alcázar admitía, mediante votación secreta, la Congregación y Esclavitud de Jesús Nazareno Rescatado, cuya imagen ya se veneraba en su iglesia. Siguiendo el modelo de constitución de las cofradías, se crea como una asociación de laicos para fomentar la religiosidad popular, promoviendo el culto a Jesús Nazareno y practicando la caridad cristiana mediante la realización de obras de misericordia. A los hermanos se les concedía la participación así en vida como en muerte de todas las gracias, indulgencias, privilegios y favores otorgados por los Sumos Pontífices.

La buena acogida de la cofradía se completa, por parte del convento, con la Donazion Graziosa, libre y espontánea del Patronato y entierros de la tercera Capilla del lado de la Epístola, siempre y cuando se prosiguiese la fabricación de la iglesia. La posesión daba a los hermanos derecho de pleno uso pudiéndole hacer un transparente a la calle con reja y vidriera, retablo y lo demás que sirva de adorno. Mientras no se construyese la capilla, el convento se obligaba a dar sepultura en la Capilla Mayor o cuerpo de la iglesia a cualquier congregante de Jesús Nazareno que se quisiere enterrar en el convento trinitario. Hasta el 13 de marzo de 1710 no se produce la aprobación del General de la Orden y en los días siguientes la Comunidad de Alcázar refrenda la donación. El 25 de marzo reunidos en el convento varios hermanos, en representación de la cofradía, la aceptan comprometiéndose a colaborar económicamente en la fabricación de la capilla con lo que cada hermano pudiese, mantener el culto y celebrar anualmente la festividad de Jesús Nazareno.

Desconocemos la evolución de la cofradía, pero su mantenimiento debió sufrir el declive que se observa en el mundo cofrade de este período. Conforme avanza el siglo van desapareciendo de las mandas testamentarias las referencias concretas a las distintas cofradías y sólo las encontramos cuando la persona es miembro de una de ellas con el fin de que se le apliquen los sufragios post mortem a los que se obligaba la hermandad. Es el caso de José Delgado quien en su testamento de 11 de agosto de 1725 dice ser esclavo de la Hermandad de Jesús Nazareno sita en el convento de la Trinidad. La disminución del número de cofrades y, por lo tanto, de recursos para sus actividades llevaría a buscar fórmulas que permitieran su pervivencia. En el caso de la cofradía de Jesús Nazareno se solucionó mediante la unión con la de Nuestra Señora de los Dolores que se había fundado en el mismo convento sin que conozcamos su fecha. El proceso culminó el 4 de junio de 1765 elaborando unas nuevas constituciones siendo aprobada la fusión por el Vicario diocesano interino el 2 de diciembre de ese mismo año.

De acuerdo con la nueva normativa, se constituyó una Compañía o soldadesca contribuyendo cada uno de los esclavos de ambos sexos con ocho reales al año. Los recursos obtenidos se aplicarían en beneficio de los hermanos difuntos para lograr su salvación. Este era el principal fin de la cofradía y para ello se obligaban a sufragar el acompañamiento de religiosos a los entierros y decir las misas de difuntos y de cabo de año. Además, se celebrarían por los hermanos que falleciesen fuera de la villa, doce misas los primeros doce domingos del año en el altar de Jesús, que en 1770 se encontraba en la capilla mayor de la iglesia conventual, y otras doce los primeros doce sábados en el altar de Nuestra Señora de los Dolores. Las fiestas de los patronos se conmemoraban, el primer domingo de mayo para la sagrada imagen de Jesús, y el primer domingo de septiembre para la de Nuestra Señora, costeando la cofradía la misa, el sermón, pólvora, cera y músicos. A estas celebraciones se sumaban las de Semana Santa. El Viernes Santo, después del sermón de la pasión de Cristo, salían en procesión las dos imágenes acompañadas de la cruz de la parroquia de Santa Quiteria. Completaban los gastos, la remuneración del capellán por las obligaciones de su cargo completado con un hábito. El caudal restante, en caso de que sobrara, se utilizaba en cera para alumbrar las imágenes durante el año. Situación nada usual, tal como decía el ministro del convento trinitario, por la esterilidad y falta de frutos en la villa.

De acuerdo con el Expediente sobre cofradías y hermandades realizado por el Conde de Aranda de 1773 sabemos de la existencia, al menos sobre el papel, de cuatro cofradías en Alcázar y de ellas, dos en el convento de la Santísima Trinidad, la de Jesús Nazareno y la de Nuestra Señora de Gracia. La disminución del número de cofradías se debió, entre otras causas, a la política ilustrada de terminar con su independencia, al supuesto malgasto de sus bienes y a la defensa de una religiosidad más austera. Las sucesivas crisis económicas de finales de siglo y las desamortizaciones supusieron el fin de estas instituciones de religiosidad laica.

Mª Soledad Salve Díaz- Miguel

Francisco José Atienza Santiago

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