Consejos vendo que para mí no tengo. A veces me pregunto de dónde saldrá la soberbia de los pequeños, de los medianos y de los insignificantes.
En mi vida he tenido la suerte de rodearme de gente brillantísima, inteligentísima, de gente alucinante que ha hecho mi vida crecer, desde mis amigos de toda la vida del pueblo hasta Antonio Gala. Ninguno de ellos se daba importancia real. Algunos tenían seguridad en ellos mismos, que por lo general es algo que se suele confundir con la soberbia si viene de una mujer o cualquier minoría —una forma de prejuicio como cualquier otra—, pero siempre sabían de su talento, si lo sabían, en su justa medida. Esto me ha hecho desconfiar de la gente que va por la vida dando lecciones o ufanándose: no suelen merecer la atención que pretenden.
Hay gente a la que le funciona darse importancia y tomarse demasiado en serio, pero suelen haber demostrado primero que merece algo de lo que cree merecer, y por lo general ha creado ese personaje como escudo. Sí, la mayor parte de esos cretinos creídos, pero talentosos o al menos exitosos, que veis por ahí son personas muy vulnerables y delicadas que necesitan armarse de alguna manera frente a su propio síndrome del impostor. Siento haber contado vuestro secreto, pero es lo que hay.
Sin embargo, la mayor parte de la gente que tienen un ego del que, si se cae, se rompe la crisma, simplemente se cree mejor sin merecerlo. El hecho de tener una imagen pública me los pone al paso constantemente. Alucinaríais con la cantidad de personas que vienen a darme lecciones sin unos mínimos de educación, inteligencia o criterio. Supongo que, si me pasa a mí, le pasará a cualquiera que demuestre que los puede escuchar cinco minutos.
En casa tenemos un chiste: «no sé cómo tanta sapiencia no se ha materializado en una obra inmortal». Por lo que sea, no creo en el genio desperdiciado sin ponerle peros. Si no se los ha sacado de la cueva, probablemente es porque hay algo que ha fallado, y eso puede ser, y en muchísimas ocasiones, falta de trabajo. Muchos de estos genios por descubrir esperan, en su fuero interno, que aparezca el hada madrina que les dé lo que se merecen. Lo increíble es que muchos empiezan las frases con «si yo quisiera», «si yo hiciera», «si me pusiera a»… es decir, que no materializan la obra inmortal porque para qué trabajar en ella si en su imaginación siempre será perfecta. Y, en contraste, viven llenándose de rencor hacia los que sí la materializan, aunque no tenga afán de inmortalidad.
Ojo, cuidado, que los que más pena me dan no son los potenciales creadores con ego, no: las historias más tristes siempre son las de esas personas que lo que no concluyen, lo que no intentan pero critican al resto porque ellos merecen más, lo que no convierten en obra inmortal es su propia vida. Vamos, los «consejos vendo que para mí no tengo» de siempre.
Primera Sangre – María Zaragoza.