De amores superficiales ajenos (y poco amor propio). Hace poco me puse a ver un reel que seleccionaba momentos de cine en los que la chica deslumbraba al chico que, por lo general no se había fijado en ella, con un cambio de look o un vestido despampanante. Me enfadé bastante al verlo todo junto, quizá porque nunca me había fijado en lo claramente que se nos manda el mensaje de que siendo bonitas y llevando cosas bonitas tenemos poder sobre aquellos que nos habían ignorado hasta ese momento. Además, por si fuera poco insultante el hecho de que un hombre que no sabe que existes tenga que enamorarse porque te has peinado distinto, te has puesto un vestido elegante y pintalabios, todas, absolutamente todas ellas, cambiaban de actitud con el nuevo aspecto: caminaban despacio, entornaban los ojos y sonreían más. Es decir: se convertían en un prototipo de mujer deseable que la ficción ha perpetuado durante años y años. ¿Quién sabe? ¿Lo habré perpetuado yo misma quizá? ¿Lo tendremos todos tan interiorizado como verdad absoluta que no lo hemos cuestionado y, por el contrario, lo convertiremos en algo que repetir por pura mímesis?
Tengo la suficiente edad como para haber visto a mujeres absolutamente destrozadas por haberse creído ese tópico, por lo que es bastante probable que una no se percate, como yo misma, hasta que es demasiado tarde. Las mujeres que conozco que, pudiendo haber ocupado su tiempo, su energía y su inteligencia en otras cosas que las hicieran crecer, se han centrado en estar monas y llevar cosas bonitas para que los hombres las luzcan como trofeos, con los años han ido cayendo en depresiones, en frustración, en qué hice mal, por qué estoy donde estoy. Ya está mal que se nos centre en la idea de buscar un hombre como objetivo último, pero hacerlo además con un superficial libro de instrucciones estético me parece demencial.
Por si fuera poco, aunque nos hemos ido dando cuenta poco a poco de esta cuestión que señalo, algo hemos entendido mal si, en vez de dejar de empujar a las mujeres en esa dirección, hemos generalizado la superficialidad de las relaciones. Hace poco, en un anuncio de televisión, oí que decían algo como que, lo que fuera que anunciaran, era si te atrevías a encontrar el amor sin contar con tu físico. Imaginad la perversión: daba por hecho que la gente lo encuentra por el físico. Es decir: la versión retorcida y ampliada de la escena de la chica arreglada y con vestido que fascina al tío que ni la había mirado antes. Ahora ellos también confían sus cartas a su físico, por lo que se ve. Qué tristeza más grande.
Pero, ¿cómo no va a ocurrir si, cuando una persona está mínimamente expuesta, sus seguidores parecen pesarlo y medirlo a diario para señalarle cada gramo, cada estría, cada ojera y cada vez que no se han peinado bien? ¿Acaso lo de seguir a un famoso no es una suerte de superficial enamoramiento con exigencias imposibles de cumplir?