Hacer Balance. En los últimos tiempos empieza a darse importancia, por fin, a la salud mental. Se ha hecho evidente la necesidad de prestarle atención, creo yo, porque la ansiedad y la depresión se han extendido como una pandemia secundaria a raíz de la pandemia primaria, el COVID, como un oscuro e inesperado efecto secundario.
Si bien es cierto que la sensación de irrealidad del confinamiento, el estrés, las pérdidas humanas, la consciencia de vivir en sitios deshumanizados, la falta de seguridad y tantas otras cosas han agudizado los síntomas, en mi humilde opinión la enfermedad era anterior: la depresión y la ansiedad ya estaban con todos nosotros antes de que una enfermedad de origen desconocido nos encerrase en casa. Pienso en esto por una estupidez, quizá, porque empieza un año nuevo e, incluso tratando de evitarlo a toda costa, he hecho balance. 2023 ha sido un gran año a nivel profesional, la continuación de una buena racha que comenzó a finales de 2021 con el rodaje de Cuentas divinas, que se vio reforzada con el Premio Azorín de novela, y más tarde con el proyecto tan personal que ha sido El infierno es una chica adolescente. Todo esto me ha conducido a probar cosas que nunca había hecho antes, a recuperar relaciones apagadas y a conocer a gente maravillosa. Por otro lado, a nivel personal, han ocurrido cosas muy bonitas también. Algunas irrepetibles.
Sin embargo, paralelamente a todo ello, han sucedido cosas terribles que me han herido profundamente y de las que no puedo hablar. Es más, que mi perfil público muestre las cosas buenas que han sido consecuencia de años de esfuerzo y sacrificio, o de haber tomado decisiones correctas en momentos difíciles, me quita el derecho a estar triste, a estar mal, a tener una herida de la que quejarme. En estos dos años y poco, lo bueno ha sido tan espectacular que he perdido el derecho a queja. Simplemente, a juzgar por lo que se ve, soy afortunada. Y lo soy, pero no sólo eso. Cada cosa que he realizado ha costado muchos fracasos, mucho trabajo, muchos sueños rotos, pero también muchos caminos alternativos que no sabía que tomaría. Cada decisión es la suma de muchas decisiones. Sin embargo, el éxito ha perdido su carácter de camino a recorrer: si no es inmediato es como si no tuviera valor. Si no es mediático, como si no existiera. Y, si ambas cosas suceden a la vez, no se puede una doler por algo tan mundano como la muerte de un amigo. ¿Cómo no va a afectar a la salud mental ese nivel de exigencia? ¿Cómo no va a afectar que nuestros éxitos tengan que tener unas características tan estrictas; que nuestros fracasos queden para siempre reflejados en alguna parte; que tener lo que otros desean, aunque lo hayamos conseguido con sudor, nos impida tener a alguien a quien llorarle lo que nos duele?
Todo esto ocurría ya antes del confinamiento, me temo. Vivir en un escaparate tiene su coste.