Hacer las cosas mal por puro placer. Una vez se me ocurrió confesarle a alguien que, en ocasiones, para relajarme, pinto. «Y lo hago fatal», añadí. Me reí al decirlo porque mis capacidades en el arte plástico son las mismas de una niña de siete años media. Lo primero que hizo esa persona fue decirme dónde me tenía que apuntar para mejorar esa afición y perfeccionar la técnica, que quizá no llegaría nunca a ser buenísima, pero que al menos aprendería y blabla. Me vi obligada a pararla. La verdad es que me encanta ser malísima, no pienso apuntarme a ningún sitio para que me obliguen a intentar ser buena. Creo que fue su indisimulado asombro lo que me hizo darle vueltas al asunto. ¿De verdad es tan sorprendente que te guste hacer algo por el gusto de hacerlo, aunque lo hagas fatal?
Soy una persona muy perfeccionista y quizá por eso disfruto enormemente del hecho de hacer las cosas mal sin sentir la necesidad de hacerlas de otra manera. No puedo describir lo increíblemente relajante que me resultan mis terribles manchurrones, mis rostros desproporcionados, mis edificios que parecen flanes pintados sin objetivo alguno. Si quisiera que fuesen de otra forma, dejaría de ser una afición, dejarían de ser unas vacaciones mentales, me lo tomaría como un trabajo. Más presión y estrés en mi vida. No quiero autoexplotarme otro poco. Pintar, para mí, es como ir a la playa para otro.
Por supuesto, jamás se me ocurriría torturar a nadie con mi afición, y supongo que de ahí la sorpresa. No es algo que quiera hacer público, no es algo que quiera mostrar, y en la era en la que todo se muestra y todo se monetiza, todo tiene que perfeccionarse. No puedes mostrar en IG unos churros como los que yo hago, pero es que yo no quiero mostrarlos, para mí es íntimo. También es una manera de desintoxicar lo que de verdad es un trabajo: pintar fatal me hace mejor escritora. Puede que no se vea la relación a primera vista, pero está. Hacer algo expresivo sin ninguna exigencia, sólo por placer, me pone en la disposición adecuada para lo que sí me exige. De igual forma, para rendir bien en el trabajo es necesario el descanso y son necesarias las vacaciones.
Relaciono, quizá sin motivo, esta forma mía de ver las cosas con, por ejemplo, mi relación con los magos. Nunca me ha obsesionado saber cómo un mago hace algo, me vale con asombrarme con que lo haga. Sin embargo, conozco muchísima gente que necesita saber el truco. Es más, necesita contárselo a los demás. ¿Por qué? Para mí es una tortura que quieran exponerme cómo el mago ha conseguido realizar un maravilloso espectáculo. Ya sé que es mentira, que debe haber un truco, no soy idiota, pero no quiero saber cuál es: quiero sorprenderme sin tensión alguna. No tengo nada que demostrarme.
Igual que sé que hay un truco que desconozco, sé que pinto fatal, y ambas cosas me producen un inmenso placer.