Una cosa que me preocupa, e incluso me obsesiona, es si me estaré insensibilizando. Me pregunto esto porque me parece un mal de nuestro tiempo. Tan saturados estamos de números, imágenes, estadísticas e información, que apenas nos detenemos a saber qué hay detrás de los datos. Las vidas que hay detrás de los datos. Siempre hay vidas detrás.
Hace años, en una novela que escribí, el marido maltratador de uno de los personajes la amenazaba constantemente con convertirla en un dato que alimentase la estadística, con convertirla en un número de mujeres asesinadas que no importan a nadie porque no significan nada. No es de ahora esta obsesión; hace tiempo que me parece que decir «veinte mujeres muertas», «cuarenta mujeres asesinadas» deja de significar, porque dejan de ser personas para ser números. Dejan de tener esa entidad única, esa llama que prende cada vida sobre el mundo, sea esta mejor o peor, para ser algo que se puede medir en un diagrama de barras. No hay nada más frío ni menos parecido a las personas que un diagrama de barras.
A veces siento alivio, e inmediatamente después culpa, cuando lloro con el telediario. Últimamente me pasa casi todos los días. Los números de muertos son cada vez más impactantes; los números de niños muertos son cada vez más abultados. Bombardeos de hospitales, falta de negociación para hacer corredores humanitarios, justificación de los crímenes por la ley del talión. Sin embargo, me pregunto cuánto tardaremos en olvidar la primera imagen de un niño muerto, al primer secuestrado, el último desmoronamiento en la miseria que trae la guerra. Me pregunto si es la resignación a no poder hacer nada lo que aplaca la ira y la tristeza; o si quizá son los números, las cifras, las estadísticas lo que matan los sentimientos que acompañarían a tanta barbarie.
También es posible que la guerra, la miseria, la estadística nos dé alcance, y entonces no habrá baile de TikTok por la paz que pare la realidad, la verdad contra la que nunca hay que insensibilizarse. Sí, hay iniciativas que piden la paz a través de bailes de TikTok. Es inofensivo a la par que ofensivo. Quizá sólo me lo parece a mí, que sigo pensando que detrás de cada diagrama de barras hay personas únicas e irrepetibles, que imagino a los diagramas de barras como monstruos de colores amables que devoran la sensibilidad de la gente y los obligan a fingir preocupación, cuando ya no la sienten, haciendo gestos públicos inútiles y vistosos. Algunos, incluso, hacen esos gestos inútiles y vistosos por necesidad gregaria, por pertenecer al grupo de los que parecen preocupados, o por miedo a que se los considere de los que no se preocupan, de los insensibilizados que ya son. Sí, le echo la culpa a los diagramas de barras, a la vez que siento que alguna vez el monstruo de la estadística me atrapará a mí y me dejará el corazón ciego. Pasa con sorprendente facilidad según he podido comprobar.