Mi marido me da las gracias. Me casé hace hoy un año. Hice una fiesta en el pueblo, que es lo que quería hacer, estuve con mucha gente que me importa, me vestí con el vestido rojo que quería ponerme, mi abuela casi se negó a abandonar la fiesta a pesar del frío y pasaron muchas cosas preciosas o divertidas, algunas de las cuales todavía me llegan como novedad a día de hoy. Yo, que no soy de haber fabulado una boda clásica y esas cosas, me siento satisfecha con la celebración, que es lo que me importaba de todo esto. En general, fue maravilloso, pero lo cierto es que, de todo, lo que más significó para mí fue una cosa que mi marido me dijo en sus votos. No me malinterpretéis, todo lo que me dijo fue precioso, pero hubo una cosa que me pareció que sólo me podría haber dicho él: me dio las gracias por ser incapaz de callarme.
Toda mi vida he sido así, incapaz de callarme, y siempre me lo habían hecho ver como un defecto. Una chica que se queja, que protesta, que es beligerante ante lo injusto, que no se doblega ante una autoridad que no demuestra merecerlo, que es vehemente con su criterio, por lo general, está mal. A eso es a lo que se refería, no a que sea parlanchina, que también lo he sido y mucho en mi juventud, pero cada vez me gusta más callar y escuchar, por lo que creo que de vieja enmudeceré si el resto tiene cosas más interesantes que decir.
Mi marido valora que opine y que no me calle cuando algo me parece mal: qué maravilla, por Tutatis. Le enamora de mí eso, con la misma fiereza con la que con anterioridad me lo habían afeado.
Si hiciera una lista de las veces que han tratado de aplastar esa parte de mí… bueno, no podría hacerla porque es lo común. Lo peor, lo más triste es que no lo había analizado hasta que él me agradeció ese rasgo de mi personalidad. Fue como si me hubiera colocado delante unas gafas que me hicieron ver cómo, desde que tengo uso de razón, ha habido alguien castigándome por ello. Quizá he seguido siendo de esta manera porque no me había percatado de cómo lo hacían, del goteo constante que podía traducirse en un castigo en el colegio o en un novio que trataba de fiscalizar mi pensamiento cuando no pensaba «lo que hay que pensar», o simplemente no coincidía con lo que a él le cuadraba. He sentido la vergüenza de los demás cuando no me callo, y el miedo también, la mayor parte de los días de mi vida, y no le había dado la menor importancia hasta que va mi marido y me da las gracias. Bueno, está claro que no sé en el resto, pero en con quién compartir mi vida he elegido sabiamente: con una persona tan inteligente como para dejarme en shock amando todo lo que soy.
Primera Sangre – María Zaragoza.