Siempre hay una profunda sabiduría en aquello que las abuelas repiten casi como mantras. «Dios nos libre de vivir tiempos interesantes», lo llevo oyendo toda la vida. Supongo que esta frase esconde, por supuesto, un doble filo: en cierta manera, todos los tiempos son interesantes por una u otra razón. Sin embargo, sí creo que lo que figura en los libros de historia, aquello que siempre se considera de gran importancia para crear algo a su alrededor, ya sea una investigación, un documental, una película o una novela, tiende a construirse alrededor de alguna desgracia.
Las guerras, las hambrunas, las pandemias, las grandes crisis económicas, todo aquello que genere muerte y destrucción es susceptible de ser utilizado para la épica, porque es allí donde crecen los héroes, aquellos inconscientes que se empeñan en hacer lo correcto en tiempos incorrectos. Cuanto más incorrecto el tiempo, más necesitamos de esos héroes, quizá porque el ser humano, en ocasiones para su desgracia, necesita creer en algo para sentirse completo, para dar sentido a su estar en el mundo con conciencia de sí mismo.
«De héroes están los cementerios llenos», otra frase de abuela que encierra una siniestra sabiduría. De héroes como por ejemplo los voluntarios de las ONGs que se juegan el tipo para conseguir llevar alimentos a esos lugares donde la gente se muere de hambre por culpa de la guerra. Si uno no siente algo de culpa al enterrarlos es que no es un ser humano decente, creo yo. Al final, cuando un héroe muere haciendo lo correcto, no sólo tiene las manos llenas de sangre el que lo mata o el que lo ordena, también los causantes del desastre que lo llevó allí y todos los que decidieron mirar para otro lado. A menudo los tiempos se vuelven interesantes por la cantidad de personas que miran para otro lado cuando las señales piden lo contrario.
Por lo que sea, de tanto oír lo de los tiempos interesantes, tuve siempre la esperanza de que me tocasen tiempos frívolos y aburridos para la historia. Esos tiempos (breves) donde muchos son felices o al menos alegres, sin saber que están en un oasis entre dos desastres y que, cuando se cuenta su historia a posteriori, la gente tiende a pensar: «¿cómo no se percataron de lo que iba a suceder a continuación?». Soy una optimista irredenta, ¿qué le vamos a hacer? Sin embargo, nací en 1982, así que echen cuentas de todo lo entretenido e interesante que ha pasado desde entonces. La bola de cristal la debo tener estropeada. Ahora mi esperanza es que su interés sea controlado, que deje de aumentar día a día, que no nos dé miedo poner el telediario, que no tengamos que ser héroes aunque sea por un día, como en la canción de Bowie que tanto me gusta. Siempre causa cierta ansiedad, sin embargo, que todo eso dependa de la sensatez de otros. Que esos otros no demuestren en todas las ocasiones una sana sensatez tampoco ayuda.