No deja de maravillarme el fastidio con el que mucha gente va a votar. Pero oigan, ¿no sería peor no poder hacerlo? Las democracias siempre son imperfectas, pero la nuestra no está mal del todo. No, no está mal tener que ir a votar todas las veces que haga falta. Tampoco están mal los pactos y que se llegue a acuerdos para gobernar. No es extraño que un gobierno de coalición entre varios partidos tenga desacuerdos que no tienen por qué degenerar necesariamente en una crisis, aunque a veces pongo el telediario y me parece estar en una película de catástrofes de bajo presupuesto. Un país de coaliciones no es menos estable que uno con un gobierno de un solo partido. Al menos no necesariamente.
¿Pero por qué creemos que sí? ¿Cuántas mentiras oímos cuando los políticos salen en pantalla? ¿Por cuánto se multiplican cuando están en plena campaña? ¿Por qué tan pocas veces se les reconviene y se les desmiente sin partidismo, sólo por el gusto de exponer la verdad?
A menudo se usa ante unas elecciones eso que en mi pueblo se llama «calumnia que algo queda», porque siempre es mucho más fácil y da menos trabajo soltar una falacia que desmentirla. Además, si mientes y calumnias sin parar, no sólo algo queda, sino que obligas al calumniado a ponerse en una postura defensiva, que siempre es menos atractiva. Esta técnica produce la sensación de que el que se justifica algo oculta, aunque lo único que se esté haciendo sea frenar un mar de mentiras.
En mi relación con la política paso épocas de apasionamiento cínico, de bajón total y de fascinación antropológica. Últimamente me pregunto por qué se lo permitimos. Parte del trabajo de un político es dar ejemplo, pero permitimos sus mentiras sin coste. Si es de los nuestros, con un poco de suerte hasta le reímos las gracias.
Quizá es que hemos llegado a ese punto en el que siempre el malo es el de enfrente y nosotros siempre tenemos razón. O quizá, creo yo, mirar a la literatura siempre es útil y uno de nuestros grandes inventos en ese sentido es la picaresca. Cuando en otros sitios se adoraba a héroes planos con un camino marcado por el destino y el honor, nosotros teníamos al Lazarillo de Tormes.
La verdad es que mentiroso y pícaro he visto a más de uno en esta campaña, aunque el voto al final ha sido como la muerte, que a todos nos iguala. Omnia mors aequat y quién sabe si repetir elecciones. Eso sí, no resopléis ni os enfadéis, votad. Votad por los que no pueden hacerlo y porque es algo extraordinario, daos cuenta, poder elegir a algunos poderosos de vez en cuando. No podemos elegirlos a todos, pero de vez en cuando sí a unos pocos. Eso es un regalo que no debemos nunca desperdiciar, seamos lo que seamos y pensemos lo que pensemos. Un día, a un pícaro podría darle por no dejarnos hacerlo nunca más.