¿No os pasa que la realidad se os ha vuelto irreal ante los ojos? ¿No os ocurre que cuando veis el telediario os preguntáis si todo lo que cuentan en él será el trailer de una película de —según toque— guerra, catástrofes, terror? ¿No os preguntáis todos los días cómo hemos llegado hasta aquí?
En los últimos tiempos, me ocurre constantemente el tener una sensación de desconexión con los acontecimientos. Recuerdo a menudo a todos esos asesinos adolescentes que aseguraban haber matado por pensar que estaban en un videojuego o en una partida de rol. A todos aquellos que dijeron tener una relación íntima y falsa con un famoso. Pienso en los que dijeron que habían sacado una idea disparatada de un libro o película y la habían trasladado a la realidad. Siempre me ha parecido cobarde culpar a la ficción de los actos propios, ¿pero es que acaso no había una desconexión previa con la realidad para llegar ahí? Si la gente se puede llegar a creer que la vida de los otros es como la que muestran en esas máquinas de generar envidia que son las redes sociales, ¿por qué no iban a creerse que la forma de impresionar a Jodie Foster es con un intento de magnicidio? En un mundo en que todo puede generar una duda razonable al hacerse viral, hasta la conspiración más extraña, ¿cabe la sensatez?
Supongo que no es de extrañar las incoherencias que vemos todos los días en las noticias, como si a la realidad se le hubiese terminado la imaginación y empezase a permitir que la ficción se colase entre sus grietas. ¿No es acaso lógico tener una cierta sensación de alejamiento, una perplejidad de pesadilla, unos inexplicables sentimientos de espectador?
El problema es que, por muy ficticio que nos pueda parecer el mundo en el que nos movemos hoy, tiene consecuencias reales. Hay niños que mueren, hay gente desplazada de sus hogares, hay heridos, hay hospitales derrumbados, hay gente mostrando ostentosamente símbolos nazis, hay revueltas violentas, hay ataques a la democracia tal y como la conocemos, hay gente que no puede pagar una botella de aceite, cambio climático, desesperación. Todo eso ocurre. Ocurre en la realidad como ocurría en la realidad que alguien fuese herido o muerto porque un conductor pensase que le darían puntos por atropellarlos, como en un videojuego.
Resulta curioso que uno de los recursos más socorridos de la ficción, en especial de género especulativo o terror, es que aquello que sucede en el sueño afecta en la realidad. Así, si uno es herido en un sueño, en la realidad se despierta herido. Resulta curioso porque ese recurso se basa en el miedo que da lo vívido que puede llegar a ser un sueño. Sin embargo, en estos momentos de irrealidad que vivimos, lo que se difumina es el miedo a esa consecuencia, a que de verdad suceda.
Yo sólo sé que la sensación de desconexión con lo que está pasando crea monstruos. Los ha creado siempre.