Cada año que he podido tomarme unos días en agosto para ir a alguna parte, observo con perplejidad a los que yo llamo «la gente que se malquiere en vacaciones». A veces son parejas que no se hablan durante horas o, peor, que la emprenden a gritos por cualquier cosa. A veces amigos
que no pierden la ocasión de humillarse en público. En otras ocasiones, padres e hijos que se ridiculizan o se hablan con desprecio. Este año nos reíamos porque había una máquina de sacar tickets de transporte que parecía causar que madres e hijas acabasen a la gresca. Vimos hasta tres madres con tres hijas en tres momentos diferentes y de tres países distintos peleándose en la misma máquina. En los tres casos, los padres guardaban un silencio incómodo o incluso se iban en lugar de mediar. En los tres casos la pelea era semejante, se desarrollaba de forma paralela y terminaba igual: con una callada tensa y tres personas que formaban una familia separadas en el andén por mucho más de lo necesario.
Nos reíamos porque parecía un cuento de terror: la máquina de expender billetes que separa a las familias. En realidad, como todos los cuentos de terror, partía de una verdad triste. Pocas cosas encuentro más tristes que la gente que se trata tan mal en vacaciones. Me hace pensar que en realidad no se quieren, no se aguantan, pero no lo descubren hasta que pasan más tiempo del habitual juntos. Quizá me equivoque, eso espero, y sencillamente salir de la rutina tensa los ánimos aunque debiera ser al contrario. No me gustaría que fuese cierto que tanta gente, a juzgar por la cantidad que observo cada vez, vive atrapada en una realidad y con una gente que detesta. Existe otra posibilidad que casi me cuesta mencionar porque me parece aterradora: que sea gente que no sabe darse amor. Es decir, que se quieran, pero se quieran mal, sin saber expresarlo de forma correcta porque dan por hecho que el otro sabe, porque donde hay confianza da asco que dice el refrán, y da asco porque no se pone cuidado.
Siempre he pensado que no saber expresar algo correctamente causa frustración, y que la frustración mal gestionada genera monstruos. Hay una película francesa que desde aquí recomiendo, que a pesar de estar narrada en tono de comedia me parece una de las películas más tristes que existen: Jeux d´enfants (Quiéreme si te atreves, en España). Es una película sobre la incapacidad de expresar amor correctamente, de expresarlo a tiempo. Se disfraza de juego, de terrible juego a veces, como la vida, pero es que en la vida muy a menudo no damos ese abrazo que deberíamos, no besamos lo suficiente, no decimos «te quiero» a tiempo ni pedimos perdón lo bastante. Damos por supuestas demasiadas cosas, y tengo la teoría de que la mayoría de las relaciones que se pudren lo hacen por el dar por supuesto. Por el no poner cuidado en el otro.