Ayer vi un trozo del documental sobre el caso Arny que han puesto en HBO. Lo cierto es que lo recuerdo bastante bien, y no lo dejé entero porque me puso mal cuerpo. Yo era pequeña cuando sucedió aquello; lo bastante mayor como para tener una imagen bastante vívida de lo que fue, pero muy niña para haber participado del sonrojante juicio paralelo que tuvo lugar. Un juicio paralelo, sin duda, tiznado de homofobia como también lo estuvo el caso Wanninkhof muy poco después, y en el que los medios pusieron todo su poder al servicio de condenar a Dolores Vázquez mucho antes de que se dictara sentencia en su contra. Una sentencia que, después se probaría, estuvo más que equivocada. Si Dolores Vázquez era tachada de fría y calculadora, los acusados del caso Arny fueron vendidos como violadores de niños en todos los programas de televisión y de forma continuada. Hoy da escalofríos ver cómo los reporteros esperaban a la puerta del juzgado muertos de risa, mientras personas como Jesús Vázquez llora en las entrevistas actuales contando que se quedó sin trabajo y sin forma de comer o de pagar un apartamento. Da escalofríos ver cómo persiguen a Manuel Rico Lara, juez de menores suspendido por culpa de las falsas acusaciones, con carteles que lo señalan como pederasta. Lo peor del ser humano: la horda.
Todo esto lo vemos ahora con perspectiva y da vergüenza. Da mucha vergüenza ver lo que se decía y lo que se hacía en aquellos días porque sabemos, como en el caso de Dolores Vázquez (si cabe más sangrante, ya que ella sí fue condenada), que eran inocentes. Pero podemos sentirnos avergonzados gracias a la distancia, a que ha pasado el tiempo y aquello que pareció lógico hoy da miedo.
No puedo evitar preguntarme si, con el tiempo, sentiremos la misma vergüenza al recordar cómo se persiguió en redes sociales a tal o cual personaje por decir alguna inconveniencia o, simplemente, por ser malinterpretado. Si sentiremos sonrojo al pensar en la cultura de la cancelación, que cancela y deja sin posibilidad de sobrevivir gracias a su trabajo a personas a las que se acusa de algo, saltándose muy a menudo la presunción de inocencia. Si nos ruborizarán las actuales verdades absolutas. Supongo que sí y es lo que me inquieta. La horda siempre existe, agazapada dentro de cada uno, deseando salir. Y, cuando lo hace, todos piensan que es por las razones adecuadas. No creo que la gente que condenó antes de tiempo a los acusados del caso Arny o a Dolores Vázquez intuyeran el tufo homófobo de sus acciones. Pensaban que defendían los derechos de niños: unos niños prostituidos, una niña asesinada. Pensaban que estaban en el lado bueno de la historia. Eso asusta: cuando se cogen horcas y antorchas y se pide linchamiento, los que lo hacen creen estar en lo correcto. Creen estar investidos con la verdad y la justicia. Y eso, con unos años de perspectiva, suele provocar auténtico sonrojo.