Cargando...Hace no mucho, fue mi primer aniversario de boda y creo que ya puedo decir, sin miedo a equivocarme, que hay ciertas cosas que me sorprende que hoy, en pleno siglo XXI, sigan vigentes con respecto al matrimonio.
Desde que me he casado, me pasan cosas que no me pasaban, no porque mi marido o yo hayamos cambiado, sino porque sí ha cambiado la percepción que mucha gente tiene sobre nosotros. No creo que antes a nadie se le hubiese ocurrido preguntar si mi novio lleva bien mis éxitos, cosa que sí hacen con mi marido aunque sea la misma persona. Noto el tono de preocupación, como si él tuviera, por arte de magia matrimonial, que llevar mal que yo publique, gane premios o tenga que viajar por promoción.
No he percibido cambio alguno en nuestra relación desde que firmásemos aquel papel, sinceramente, pero el matrimonio debe ser un catalizador de cambio que yo no capto y el resto sí. Que nosotros fuésemos bastante independientes y no fuésemos a todos sitios juntos era bastante normalizado durante nuestra década de relación prematrimonial. Ahora bien, ha sido firmar un papelito, y todo el mundo se extraña de que nuestras actividades no coincidan, o yo no quiera o pueda ir a algo en lo que él sí está y viceversa. Nuestros largos esfuerzos por mostrarnos distintos a un todo con dos cabezas han caído en saco roto el mismo día que una jueza nos nombró marido y mujer. Yo no me siento distinta y diría que él tampoco pero, por lo que parece, nos estamos perdiendo algo. De hecho, resulta sorprendente lo sencillo que resultaba antes hacer entender que no opinábamos lo mismo sobre alguna persona o asunto, pero ahora se ha impuesto el «dos que comparten colchón se vuelven de la misma condición», como si compartiésemos, además de colchón, cerebro.
En el cortometraje Cuentas divinas, que en estos momentos está en festivales de cine, escribo un papel para un marido un poco caradura al que le pasan cosas no demasiado bonitas. De vez en cuando me preguntan —ojo, que es una obra de ficción y queda bastante claro que lo es— si mi marido no se siente amenazado. Una vez respondí que no, que mi marido se ríe conmigo y con mis cosas, y que, de no ser así, no sería mi marido. Quizá sea un concepto un poco marciano, pero opino que un marido debe ser un compañero, exactamente igual que lo era una pareja o un novio antes, pero con un documento que facilita la vida de por medio. Los compañeros, como la propia palabra dice, acompañan.
Mi marido y yo somos compañeros y no nos estorbamos ni vigilamos, ni nos sentimos amenazados cuando el otro tiene que viajar o ha conseguido algo que le ha supuesto un esfuerzo. Si fuera así, no seríamos compañeros y, desde luego, no nos habríamos casado. Me temo que, si la gente piensa otra cosa, es porque sí lo hace, y eso me entristece.
