“Espero que, algún día, se reconozca públicamente su inmensurable y silencioso trabajo”
Camino acompañado de las nubes grises que cierran el cielo haciendo más sordo el paisaje, a la hora en que el silencio se extiende por las calles; solo se escucha el tañer grave de una campana que llama a la meditación, que me invoca tu nombre Francisco; que anuncia la llegada de la comitiva trayendo tu cuerpo hasta la escalinata de la iglesia mayor. Sin embargo, yo, voy en tu busca por la misma calle de siempre: Cardenal Monescillo, esquina a Cervantes, esperando encontrarme de frente contigo, por esos rincones donde tantas veces hemos detenido el tiempo y la historia de este pueblo, empeñados en arreglar las grietas/costuras por donde se descose el mundo.
Tú de pie, y yo, deprisa, como si no hubiera lugares mejores que el encuentro fortuito en una calle. Entre el tránsito de las gentes y de los coches, subiendo y bajando el peldaño de una acera: “pase usted señora, que nosotros vamos para rato” o ese tiempo de vernos entre pasillos del Archivo, anotando cosas y números de cajas que buscan mejor sitio.
Alguien ha pronunciado tu nombre, Francisco anda por la Casa y el Archivo está en buenas manos. Te veo bajar las escaleras de la biblioteca, con tu cartera repleta de notas y papeles, llevándote más trabajo a casa, y me abres la puerta de las preguntas y me quedo sin respuestas; deseo allanarte el camino facilitándote la inmensa labor de tu trabajo. Me hablas de tu último hallazgo, de los libros inacabados que tienes, y hasta del rechazo que has sufrido cuando no has adaptado la historia al gusto del momento; del rumbo que van tomando las cosas y lo lejos que vamos quedando de ellas…
Como un hidalgo noble y generoso, de serena apariencia, transitas por las calles sin hacer ruido, te saludan al paso las piedras de la iglesia y de las ermitas, del convento, de los escudos moribundos de las casas nobiliarias; las murallas del Pósito, los viejos Molinos; la placa de Azorín, y los alumnos que han pasado por tus clases. Te saludan y te veo alejarte conversando con el hombre sabio y prudente que siempre llevas dentro. Y al doblar la esquina de la plaza mayor, llego a tiempo de ver esa comitiva que empuja tu cuerpo hacia el interior de la iglesia, cuando suena la marcha solemne del Oremos con estruendo, transformándola en catedral, y en entierro de un cuadro del Greco, rodeado de caballeros de la Orden de Santiago.
Francisco Escribano puso en orden nuestro Archivo Histórico, allá por los años 70, en un trabajo generoso y lleno de dificultades. Ha sido Cronista Oficial de la Villa desde el año 1989, secretario de la Asociación Hidalgos Amigos de los Molinos, gran defensor de todo el espíritu cervantino, de los Molinos y su entorno, pidiendo la creación del centro de Interpretación del molino, que recientemente se ha inaugurado. Ha sido principal impulsor en la recuperación y restauración del Convento de Carmelitas y del Museo del Pósito.
Su vida profesional la ha dedicado a la enseñanza en el IES Isabel Perillán y Quirós, y en la Universidad Popular inició los Talleres de Historia, e impartió cursos, durante muchos años. Tiene editados varios libros y numerosas publicaciones. Y allí donde se le ha requerido, siempre ha colaborado sin pedir nada a cambio. Espero que, algún día, se reconozca públicamente su inmensurable y silencioso trabajo.
Francisco Escribano, profesor, historiador y cronista oficial de la Villa, fallecía el pasado sábado, 14 de octubre, tras una larga enfermedad.
D.E.P.